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Prevención del suicidio: cuándo y cómo hablar con los niños

​Temas como éste no promueven conductas suicidas, sino que, al contrario, nos permiten darle nombre a situaciones que se pudiesen estar gestando y no hayan sido visualizadas aún.

11 de septiembre de 2024

Se calcula que anualmente se producen más de 700.000 muertes por suicidio en todo el mundo, y Chile es uno de los países con más casos en Latinoamérica. Si bien los más afectadas son los adultos mayores y los escolares, “No hay una edad específica en la cual se deba comenzar a hablar sobre el tema; cada niño/a según su etapa del ciclo vital va comprendiendo y conociendo las realidades del mundo según su punto de vista y posibilidades”, explica Carolina Marfán, psicóloga de la red de colegios Cognita, que cuenta con 17 establecimientos en nuestro país.

Por esto, si las familias encuentran la oportunidad conversar sobre esta temática tan difícil, deben hacerlo, dice la especialista. “Escuchando e indagando primeramente qué es lo que sus hijo/as saben sobre el tema y transmitiéndoles la confianza y apertura de que, si en algún momento tienen sentimientos o pensamientos de este estilo, tendrán el apoyo de la familia para poder salir adelante y que cuentan con sus padres”.

En ese sentido, Carolina es enfática en señalar que lo importante es enfocar la prevención del suicidio en la promoción de la salud mental y el bienestar desde el punto de vista educativo y el despliegue de estrategias en el hogar. “Los padres y las familias tienen un rol fundamental en la enseñanza del reconocimiento de emociones, la escucha activa, en entregar tiempos de calidad, en el involucramiento en la vida de sus hijos, por ejemplo, conocer sus experiencias, quiénes son sus amigos, sus sueños, miedos, cómo lo pasa en el colegio, etc., y en promover actividades que generen bienestar como la recreación, deportivas, artísticas, sociales”.

Pistas directas e indirectas

El intento suicida o el suicidio consumado, no ocurre debido a un hecho en particular, sino que hay situaciones “gatillantes” que lo suscitan. De acuerdo con lo planteado por la especialista Paulina del Río, Fundadora de la Fundación José Ignacio, “mientras más pistas y señales se observen, mayor será el riesgo, todas las señales deben tomarse en serio”.

Entre los “gatillantes” más comunes están la expulsión del colegio, la pérdida de una relación importante, la muerte de un familiar, pareja o amigo, en especial si fue por suicidio, el diagnóstico de enfermedad grave o terminal y el miedo a convertirse en una carga para los demás.

Respecto a las señales de alerta, la experta explica que éstas pueden ser directas o indirectas. “Las primeras son cuando el niño/a dice abiertamente “me voy a matar”, “ojalá estuviera muerto, “si (esto o lo otro) no sucede, me voy a suicidar”. Mientras que, en las segundas, expresan “estoy cansado de la vida, ya no puedo seguir adelante”, “mi familia estaría mejor sin mí”, “igual a nadie le importaría si me muero”, “pronto no se van a tener que preocupar más por mí”.

Asimismo, hay que estar atentos a otras pistas personales y de conducta que pueden presentar los escolares, como la depresión, la baja tolerancia a la frustración, el aislamiento, hipersensibilidad, perfeccionismo, autoexigencia, el abuso de drogas y alcohol, el despedirse de personas cercanas o escribirlo en redes sociales, regalar objetos preciados o acumular medicamentos.

Además de la presencia de los padres, el cómo lo enfocan los colegios es un tema trascendental, ya sea a través de ferias, charlas, campañas, capacitaciones, y manteniendo protocolos actualizados. El trabajo debe hacerse a través de la promoción de factores protectores en salud mental y prevención de factores de riesgo a nivel psicosocial”, complementa la psicóloga de Cognita.





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